
Una mirada mueve un pura sangre. La gloria alada porta la corona, laurel de la Victoria remontando la aurora sublimada de las guerras. El ímpetu del alma soterrada y la pausa real, ya revelados de la muerte, se visten luminarias de espejismos flamencos de otro César. Una mirada, sombra de un recelo. Pecho austero en devota filigrana, y tonos penetrando los destinos. El blanco vence al ocre en la batalla, arenisca en los cascos de un centauro, pero alzando la voz, el primer plano conquista con su nervio la belleza. |
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